Elena lo había decidido, había decidido llegar hasta el final de lo que tuviera que suceder. Esa ley de llevar bozal no podía ser acatada, había múltiples razones legales para no hacerlo, pero la mayor de las razones era simplemente la dignidad.
Se amenazaba de que no llevarlo por la calle podía tener consecuencia de multa, aunque algunos habían pagado con más su valentía de oponerse. Una noche de calabozo, detenciones feroces, y agresiones.
Aun así, ella lo decidió, se haría invisible, invencible e intocable para los hombres de azul.
A veces cuando los veía pasar de lejos, vigilaba si la miraban y recitaba esa vieja oración contra los «perros peligrosos» que su tía Asunción le enseñó de pequeña. La oración decía así: “perro maligno mantente en ti, paso la virgen María, no le hiciste nada, tampoco a mi”.
A veces la decía y a veces simplemente volteaba la cabeza como hacen los niños jugando al juego de “si no te veo, tu tampoco me ves”. Así había escapado ya 10 veces de las consecuencias.
Esa mañana el coche de los azules salió de sorpresa por la derecha al cruzar una calle de esquina a esquina, muy cerca, muy cerca.
El corazón le dió un pequeño brinco, ella hizo como si nada y continuó.
Pero diez pasos más adelante el coche de la policía se paró al lado, justo a su vera. Uff. Creyó verse pillada por un momento, pero apartó esa idea de su cabeza y decidió rápido la solución.
No podía dejar que oliesen el miedo y sabía que la postura corporal incide en las emociones, así que decidió cambiarla de forma instintiva.
Entonces Elena irguió su cuerpo como si un hilo invisible tirase de su cabeza hacia arriba, muy arriba, elevó su mandíbula y puso su mirada al frente, muy altiva; así continuó caminando como si fuese una gimnasta rusa en su desfile por las olimpiadas.
Así con esa dignidad se consiguió escapar una vez más. Ya iban once veces que la veían y no le hacían absolutamente nada.
Se había hecho invisible a las multas.
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LOLA C BELMONTE.