Hace poco en una entrevista me preguntaron, porque creía yo que a día de hoy existen muchas personas que no encuentran su propósito, que no saben que quieren en la vida, que les falta su lugar, a pesar de aparentemente tenerlo «todo».
La respuesta que me surge es sencilla, es la que creo posible. Es una entre muchas posibles. Creo que, al parecer, este mundo no esté hecho para que las personas se conozcan y mucho menos se re-conozcan.
Desde que empezamos en la escuela se pone mucha atención en los posibles fallos que tenemos. Y si no te gustan los números te pondrán clases particulares de matemáticas, en una especie de obsesión de cubrir esos posibles defectos.
Esto al menos pasaba con la mayoría de los padres que hemos tenido los de mi generación, se les pasó por alto reconocer las fortalezas, permitirlas o alentarlas.
Resulta que éramos buenos con las palabras y no nos pusieron un profesor de escritura, así crecimos creyendo que no tenía ninguna importancia aquello que nos hacía disfrutar, con lo que nos pasábamos el tiempo sin darnos, aquello que nos hacía volar.
Pero ¡ojo! aquello que nos martirizaba, que odiábamos, que nos repateaba, pues a aquello había que dedicarle tiempo, y esfuerzo. ¿Vaya rollo no?
Y así hoy día muchas personas en su afán de ser «buenos hijos», en su afán de agradar a los padres, de seguir la estela de la familia, de pertenecer, de merecer el cariño, crecieron sin el permiso de ser ellos mismos, sin el permiso de disfrutar, de poder elegir, de hacer lo que gustaba. Sin permiso ni siquiera de equivocarse.
Y es esta falta de permiso lo que les frena de mayores para conseguir sus sueños, sus metas.
Imagina el peso, si todos en tu familia fueron
empleados, si tus padres y abuelos lo pasaron mal, si tuvieron seguir con las
profesiones de sus padres, o la empresa familiar.
Si no manejaron mucho dinero. y no pudieron elegir sus vidas.
¿Quién eres tú para poder hacerlo? Puedes sentirte un traidor.
Puede aparecer la culpa camuflada, eso sí, semi invisible para castigar de distintas formas:
Por eso algunos prefieren seguir siendo «buenos hijos» y no separarse de su familia. Romper con esa cadena cuesta, pero es posible.
El permiso es algo que debemos darnos, eso significa el crecer.
Darse permiso de cambiar las formas, de actuar distinto, de que no te importe el que dirán.
A veces esos buenos hijos necesitan re-encontrar y re-conocerse más tarde, encontrar aquel niño que se perdió y empezar nueva vida.
Esto es una parte de los temas que trabajamos en Cielo y Tierra.
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